sábado, 19 de abril de 2008

V. Un orujo maravilloso

Todos observaban en silencio los restos del cofre y su macabro contenido, y nadie osó pronunciar palabra hasta que una voz, templada pero inquieta y surgida de un viejo sofá al otro extremo de la sala, quebró en mil pedazos el plomizo silencio que se había apoderado de la casa. Era la voz de Ícaro:

—Tenía que haberlo visto, las señales estaban ahí, ante mis ojos, y no las vi.

—Explícate —exigió Ed, que se había aproximado al viejo sofá.

—Tal vez no os guste lo que voy a contaros, pero creo que debéis saberlo. Antes de venir he investigado un poco la zona en Internet, ya sabéis, rutas, atractivos turísticos, cosas así, y he hallado ciertas noticias inquietantes acerca del lugar, extrañas desapariciones en la zona a lo largo de muchos años. Los primeros registros datan de 1880, y en ellos se narra la desaparición de un grupo de jóvenes que no dejaron ningún rastro, ni el más leve indicio de su paradero. Después de eso ha habido muchos más casos a lo largo de los años, extraños ahogamientos de experimentados nadadores, más desapariciones, cientos de personas desaparecieron en este lugar y los cadáveres recuperados apenas superan la veintena. Casos sin esclarecer... Volví sobre mis pasos y me sumergí en el primero de ellos, contrastándolo con ciertas supersticiones locales, pues siempre me han fascinado este tipo de temas. Bien, el caso es que averigüé que estos jóvenes habían estado implicados en un extraño suceso del que aún hoy se habla, eso sí, como si fuese una leyenda. La leyenda cuenta que en esta zona habitaba un viejo pescador, huraño y esquivo, que solo se relacionaba con las gentes del lugar para ofrecer sus productos del mar a cambio de víveres para su consumo. Decían que practicaba la nigromancia y que guardaba una gran fortuna enterrada en algún lugar de esta misma zona. Y así los jóvenes movidos por la codicia y despreciando la superstición se dirigieron a la cabaña del viejo.

»Nunca más se volvió a saber de ellos ni del pescador nigromante. Una expedición de aldeanos furiosos se dirigió al lugar en busca de los jóvenes, pero todo había desaparecido: el viejo, los jóvenes e incluso la cabaña. Solo quedaba en el lugar el barco del viejo: aquél que una vez había sido de vivos colores y robustas velas blancas, era ahora del color del azabache, y sus velas amarillentas caían sobre los raídos mástiles como amarillos sudarios.

»Desde entonces dicen que el espíritu del pescador vigila la zona y protege su tesoro de aquellos osados que aquí se adentran. En fin, leyendas ¿O no? Y esto es todo lo que sé. Ahora he de salir, he de confirmar algunas sospechas, si me disculpáis. Prometeo, ¿querrías acompañarme?

—Claro que sí, amigo. Pero..., ¿a dónde vamos?

—Pronto lo sabrás, Prometeo. Pronto todos lo sabréis.

Y sin pronunciar más palabras, se dirigieron a la puerta y desaparecieron en la oscuridad de la noche.

—¡Dios! —dijo Dark.

—No sé qué pensar, es inquietante pero solo son leyendas, ¿o no? ¿Ed?

—Bueno, las leyendas siempre tienen una base real, y las desapariciones están documentadas... Aquí las corrientes golpean con fuerza y el mar es muy traicionero, posiblemente la leyenda se construyera en torno a esos sucesos. Y sobre que el viejo existiese realmente..., ¡qué se yo!, pero espíritus..., ¡anda ya! Yo creo que Ícaro estaba algo bebido.

Duckland se incorporó a la conversación:

—¿Pero cómo los habéis dejado salir? Puede ser peligroso, es tardísimo y, espíritu o no, hay alguien más en la zona que no es del grupo. ¿Quién, si no, dejó esa maloliente maqueta?

—Yo estoy con Ed —replicó Arenas—. Creo que el aire de la noche le sentará bien, y algo perjudicado sí que iba. ¿No habéis visto la petaca en forma de calavera que lleva? A mí me la enseñado e incluso me ha ofrecido amablemente que lo probase, pero el olor tira para atrás. Jony, tú lo has probado, ¿no?

—Sí. Y ojalá no lo hubiera hecho, porque me dio unos retortijones tremendos y encima sabe a disolvente. Menos mal que tengo un estomago a prueba de balas.

—Escuchadme un momento —dijo Chufowski—. Dark, ¿recuerdas el pequeño paseo que dimos antes de la aventura de la Santa Compaña? ¿Recuerdas la plantación? Dime, ¿recuerdas?

—¿La plantación? ¿Qué plan...? ¡Dios! ¡La plantación! Sí. Una plantación enorme de marihuana a unos pocos cientos de metros, íbamos a contároslo y... ¡Dios, Chufowski! ¿Cómo pudimos olvidarnos?

—No sé... —respondió Chufowski tímidamente. De nuevo Ed buscó una respuesta racional a la cuestión.

—Veamos, así que..., una plantación de maría, ¿no? Eso lo explica todo. Probablemente la plantación pertenece a unos rastafaris que, atraídos por el apartado lugar y conocedores de la leyenda, se aprovecharon de que ésta mantenía a los curiosos alejados, instalaron aquí su pequeña porción de jardín del edén, y todo marchó sobre ruedas hasta que la Santa Compaña llegó al lugar justo cuando se acerca la recolección. Eso es un problema para ellos y tratan de solucionarlo acojonándonos, eso es lo que creó yo.

Todos se quedaron pensativos tratando de asimilar esta teoría, hasta que Dark dijo:

—Ed, querido, ¿tú conocías la existencia de la plantación?

—Dark, ¿Como puedes pensar eso de Ed? —respondió Arenas a la pregunta—. Ed no conocía la existencia de tal lugar hasta esta noche, estoy segura. Díselo, Ed. ¿Ed?

Ed iba a contestar tras tomarse unos segundos para tomar aire, pero fue interrumpido, ¿o tal vez salvado?, por la entrada en la casa de un hombre con el cabello alborotado y el rostro desencajado por algo que lo oprimía. Era Prometeo, que regresaba de la excursión nocturna, y con paso apresurado y jadeando se dirigía hacia ellos.

Duckland, claramente preocupada, se dirigió a Prometeo:

—Por Dios, ¿qué ha pasado? ¿Dónde está Ícaro? Tienes una cara horrible. ¿Ocurre algo?

—No, no, no pasa nada. Ícaro se ha quedado algo rezagado, viene algo pedo, tiene un orujo terrible que sabe como a disolvente, me lo ha dado a probar y, ¡Dios!, qué fuerte es, me ha dado unos retortijones terribles... Lo siento, pero vengo apurado.

Y sin dar tiempo a más preguntas, se dirigió raudo hacia el cuarto de baño, con una agilidad insólita en un hombre en tal circunstancia.

Las débiles puertas del aseo no pudieron contener los alaridos infrahumanos proferidos por Prometeo, que desató un pequeño infierno en tan pulcro lugar.

Grandes carcajadas llenaron la casa, la tensión desapareció y las preocupaciones se esfumaron por un breve momento, de esos que llamamos irrepetibles. Sin embargo, todo se quebró como el frágil hielo bajo un peso muerto. Un alarido de condición aún más infrahumana se impuso a los gritos de Prometeo desde el exterior de la casa. Las risas cesaron y los presentes enmudecieron. Rápidamente todos se dirigieron a puerta. Bueno..., todos no. Prometeo estaba ocupado en su batalla personal. Una vez fuera inspeccionaron los exteriores de la casa: nada en el porche, ni en los laterales, pero en el patio trasero, oscuro y mal iluminado... ¡OH! ¡DIOS MÍO¡

3 comentarios:

Thedarksunrise dijo...

Ainss, pobre Prometeo jajaja. No os enfadéis que os íbamos a decir lo de la plantación, pero es que Chufowsky y yo somos muy despistados. Ícaro, me encantó "escuchar" la leyenda :) Es usted un gran narrador, querido. Besisss

Anónimo dijo...

Muy bueno,dificil superar la indisposición de prometeo.
mem.

Anónimo dijo...

jajaja muy muy bueno!!! es como me gusta leerte ;) me has hecho recordar unas vacaciones :D