—Cuatro…., cinco…., seis….
Nadó, se alejó así de la zodiac, pero luego se sumergió y durante el tiempo que Chufowski pasó debajo del agua trazó un plan que si salía bien los sacaría sanos y salvos de allí, pero si no podía acabar con los cadáveres de todos ellos en el fondo de aquella gruta hasta el fin de los tiempos. No había elección. El factor sorpresa era su mejor y única baza.
Se oyó una explosión. No fue el ruido de un disparo, sino el de un petardazo, que hizo que instantes después, mientras Arenas perdía la mirada en la nada mimetizándose con el más allá, la zodiac comenzara a perder aire de tal manera que en apenas diez segundos, el lapso de tiempo vital que Arenas tenía por delante, se vieron todos zambulléndose en el agua.
Chufowski emergió a la superficie y en su mano portaba algo que refulgía. Era un cuchillo que llevaba de matute ceñido a su pantorrilla y que hubiera hecho las delicias de Cocodrilo Dundee. Llenó sus pulmones de aire y se sumergió de nuevo.
Cundió el pánico y el éxtasis. Los ahora liberados nadaron hacia la luz, sin mirar atrás, como lo haría una fanela volando hacia una vela, sin saber que ese acto podía matarlos. Pero las ansias de vivir, el gozo de estar libres los impelía a dejar la gruta y cada cual braceaba como alma que lleva el diablo en pos de la libertad, hacia la luz.
En menos de un minuto dos sicarios flotaban inertes bañados en sangre. Óscar Ramires se vio con un cuchillo en la garganta, jurando en hebreo porque no sabía nadar y había perdido “la pipa”. Chufowski lo subió a la pasarela metálica. Obligó a los tres sicarios que habían visto la escena anonadados, como si estuvieran presenciando una película de Chuck Norris, a tirar las armas, lo cual hicieron tras el asentimiento de Óscar Ramires, que remojado y tremolante infundía más pena que otra cosa, provocando una risilla nerviosa en sus subordinados.
Chufowski instó entonces a los cuatro a tirarse al agua. Vio cómo sus amigos, a nado, casi habían dejado ya la gruta. Disparó cerca de los sicarios, sin anhelar más muertes. Nunca hasta entonces había matado a nadie, pero en situaciones como aquella, donde el pellejo propio está en juego, el pavor y el denuedo son polos que tocan, y tras esa orgía no deseada de sangre, tras haber ultimado a dos hombres rebanándoles el cuello como había hecho otras veces con los cerdos en su pueblo el día de matanza, ahora se sentía profundamente cansado y en sus ojos afloraron un torrente de lágrimas saladas. Sentía frío, soledad, pena y todo el peso del mundo ejerciendo una presión desmedida sobre su cuerpo abatido.
No hizo falta que vaciará el cargador de la Smith & Wesson sobre los sicarios, los cuales movían los brazos y piernas suplicando que les salvaran, porque fuera de su medio terrenal, en el agua, se sentían perdidos. El agua actuaba como arenas movedizas porque el traqueteo de esos cuerpos implorantes sólo hizo que se sumergieran poco a poco hasta desaparecer, reservándole a Chufowski un pase VIP en su acto final, sin mover éste un dedo, como si aquello fuera inevitable, algo lógico, la justicia natural, el equilibrio justo entre el bien y el mal.
Entonces Chufowski con las pocas fuerzas que le restaban se lanzó al agua. Permaneció allí casi dos minutos, tras los cuales reapareció con un cuerpo entre los brazos, lo subió por la escalerilla y lo dispuso sobre el suelo de otra Zodiac que había allí amarrada. Buscó su boca y aplicó la suya. Miró su reloj y cabeceó. Posó la mirada en el cielo de piedra sobre su cabeza, suspiró y volvió a practicarle el boca a boca y el masaje cardiaco.
—Por favor, por favor —decía una y otra vez, hablando consigo mismo con la cara congestionada por la desazón.
Entonces de la boca del yacente salió agua, tras una tos espasmódica, el cuerpo convulso, los ojos abiertos, las pupilas dilatadas. Makatwo vio a Chufowski y le pareció un San Pedro sin barba y trató de incorporarse y vio su camiseta manchada de sangre y sintió el punzamiento de la carne horadada y un ligero desvanecimiento, y contempló a Chufowski con una intensidad abrasadora que le hizo apartar la mirada.
—Presiona la herida —le dijo su salvador.
Sobre la zodiac había un arma con la que Chufowski disparó sobre una garita en la que entrevió unas figuras humanas ocultas tras el cristal. Hizo lo propio vaciando el cargador sobre otras dos zodiac a las que inutilizó. Vio el velero amarrado pero no creyó que fuera buena idea demorarse en remolcarlo.
Poco después el rugido del motor puso la zodiac en marcha. Llegaron en un periquete a la hendidura donde se encontraban los ocho supervivientes, arracimados, subidos a las rocas como percebes humanos, jadeantes y asustados.
Vieron a Chufowski y no daban crédito. Unos rezaban, otros miraban al cielo como si éste contuviera las respuestas a sus demandas. Otras lloraban desconsoladamente pidiendo a gritos que acabara esa pesadilla infernal, deseando verse de vuelta en el hogar.
Subieron a la lancha uno por uno, ayudados por Chufowski, y al ver allí a Markatwo, Ed rompió a llorar.
—No puede ser —dijo—. No puede ser. Vi cómo le disparaban. Lo vi caer. Lo vi mo…
—Es real —replicó Chufowski, que se tambaleaba con el equilibrio perjudicado con tanta inmersión.
Todos buscaron a Chufowski para abrazarlo. Prometeo cogió el mando de la Zodiac y se dirigió rumbo a la costa.
—¿Eres tú?—preguntaba Ed a Markatwo con los ojos como platos—. Te vi caer al agua.
—Sí amigo, soy yo, El Markatwo de toda la vida. Tras el disparo tu amigo me sacó a flote y me agarré a la zodiac hasta que ésta reventó, luego me fui al fondo y cuando abrí los ojos, estaba al lado mío, devolviéndome a la vida.
A medida que la Zodiac se alejaba de la gruta, los rostros se distendían, la amenaza se resquebrajaba y la alegría iba animando a los allí presentes.
Dark y Duckland intercambiaban detalles y puntos de vista sobre su reciente aventura. Jony miraba su meñique que iba camino de ser tan famoso como la “oreja de Van Gogh” o el “talón de Aquiles”. Arenas posaba su mirada en Chufowski, al que hasta entonces había visto más como un hombre de letras, de esos que se les va la fuerza por la boca o escribiendo poemas, que como uno de acción al estilo de un Cervantes Lepantino, que dormitaba en el suelo de la embarcación. Ícaro y Prometeo miraban en lontananza cuchicheando por lo bajini, mientras Mem y Ed cuidaban de Markatwo, de cuya herida, a pesar de la presión, seguía manando sangre, entrecerrando los ojos….
El perfil de la costa provocó la algarabía general, al creerse a salvo.
De repente el infinito color azul corporativo mudó de color y los rostros se giraron hacia aquello que venía en su dirección a velocidad de vértigo.
—No me lo puedo creer —dijo Ed.
—Esto es un puto bucle —confirmó Jony.
—Dame veneno que quiero morir, dame venenoooooooooooooooo —gritó Mem, dando palmas.
5 comentarios:
Juas, juas... Vaya movida...
Juas, juas... Vaya movida...
Juas, juas... Vaya movida...
Juas, juas... Vaya movida...
XDDD
Lo que yo decía...Ha nacido un nuevo héroe.
Bien continuado, Chufowski.
Percebes humanos?¿? jajaajaja!!
no he visto un bicho tan feo y tan bueno a la vez.
chufowski...nuestro heroe, jeje!
mem.
muy bueno, chapo.
pues nada.. a ver si alguien nos saca del bucle, porque a saber que es eso que viene lanzao hacia nosotros...
que no pare la inercia y sigamos echándonos unas risas..
Sabía que podía dejar el asunto en tus manos, mi sanguinario y "sálico" camarada. Muy buena continuación.
Que esto no se pare, po favó.
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